BENIGNO: Capítulo II

Natalia voló hacer yoga, dejó en mis plumas, su olor a helado de mora y croissant de pistacho, es casi medio día, y el sol empieza a quemar mis patas, será mejor volar a la sombra del molle que mira al Portal.

El tronco y las ramas del molle son infinitos, no importa a qué hora llegues, siempre hay un lugar para sentarse, afortunadamente hoy están más pichones, así puedo aprender sobre las inquietudes que azotan a las nuevas generaciones. Escucho que todos ellos están angustiados por que se quedan sin internet durante los cortes de energía, y se encierran en su cuarto a esperar que regrese “la luz”. ¡Ay, yo, a esa edad, lo que buscaba era todo, menos encerrarme en el cuarto a no hacer nada!

Mejor alzo vuelo, que también me abrazará la ansiedad y seguro volverán mis ataques de pánico. A esta hora ya suelen regarnos pan de leche en migajas en el piso.

¡Mierda! otra vez llegó  “Esponjoso”, un perro de dudosos modales, ínfulas de “french poodle”  pero con el genio de un dóberman pinscher, cuyo único amigo es quien lo saca a pasear. Hace un mes arrancó 3 plumas de mi cola, un poco más y seguro no habría Benigno que cuente esta historia, más de humanos que de palomas.

Tuve que volver al molle que mira al Portal hasta que Esponjoso abandone el parque, ahora los adolescentes ya no están hablando, solo deslizan sus mentes en sus “smartphones”, a veces siento que los teléfonos son inteligentes, porque cada vez que los vemos, algún tipo de rayo invisible nos chupa la inteligencia, la mucha, o la poca que poseamos.

¡Al fin se fue Esponjoso! Ahora todos vamos en búsqueda de esas migajas de pan de leche, personalmente me gustan más las que nos trae don Isaías, no por su sabor, sino por las historias que él nos cuenta mientras descansa en la misma banca desde hace 60 años, según me contó, desde aquella vez que se sentó a esperar su primera cita en tiempos de colegio, “una guambrita alajita del Ambato” nos decía.

Natalia se escapó del trabajo, le resulta fácil hacerlo, ya que la empresa es de su familia. Me invitó a tomar un café, el mejor plan después de un almuerzo de migajas de pan de leche. Nos vamos volando al barrio que mira a las flores, dónde  está su cafetería favorita, y a veces, la mía también. Ella se pide un capuccino con un croissant de frutos rojos, el de pistacho solo le gusta por las mañanas, yo me pido un espresso doble y un muffin de zanahoria. Natalia me cuenta lo mucho que odia trabajar con su familia, pero al mismo tiempo es consciente de que gracias a eso  puede viajar por el mundo y conocer lugares a los que muchísimas palomas no llegarán en su vida. Me gusta mucho verla al hablar, me gusta como la luz de la tarde cae en sus plumas, me gustan sus dientes, sus manos sosteniendo la taza de café. ¡Mierda, me gusta mucho Natalia!

A veces demasiado.

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